Mi exploración artística se mueve desde la intuición, en un estado de flow donde el pensamiento cede paso a la experiencia directa. No busco generar información ni traducir conceptos; me interesa crear obras donde los opuestos se disuelven y solo queda el presente. En este presente, la materia y la energía, lo visible y lo invisible, lo interior y lo exterior, se reconocen como un mismo flujo.
Las obras nacen del encuentro entre lo físico y lo metafísico, entre el tiempo y el espacio como campos sensibles que se tocan. Trabajo con el espacio como campo activo: lo que ocupa y lo que se deja en negativo —el lleno y el vacío, la forma y su ausencia, la quietud y el movimiento, la luz y la sombra— son elementos fundamentales en mi práctica. En mis pinturas e instalaciones, la relación entre espacio negativo y positivo da lugar a una tensión que no busca resolverse, sino sostenerse. Es ahí donde los opuestos se encuentran y surge una obra contemplativa.
Formada en Arqueología y Estudios Humanísticos, aprendí a leer el mundo como una red de conexiones que va más allá de la evidencia material. En la materia, los elementos actúan como presencias vivas que registran este trabajo, evocando lo esencial y lo ancestral. Esta visión permea mi obra, que no se limita a una narrativa ni a un símbolo fijo, sino que emerge como una presencia viva. Sin usar bocetos, cada pieza es un registro del momento en que fue creada: una interconexión entre intención y entrega, entre cuerpo, entorno, los elementos físicos y tiempo.
Concibo mis obras como campos abiertos. No son objetos cerrados, sino umbrales. Al ser observadas, se activan. La conciencia del otro completa la obra, no desde la interpretación, sino desde la presencia. Mi intención no es transmitir información, sino una frecuencia: un punto de quietud donde la dualidad se funde y lo esencial se revela.